domingo, 16 de septiembre de 2007

diario de un día de rodaje en Kirkuk

Kirkurk, frontera entre la seguridad y el caos Los problemas para entrar e informar en la ciudad de Irak ALBERTO ARCE - Kirkuk, Irak - 06/05/2007 El norte de Irak proporciona garantías de seguridad tanto a los habitantes locales como para el extranjero que se mueve por la región. Los peshemergas kurdos ejercen un estricto control en sus múltiples controles a lo largo de las carreteras tanto Erbil como Suleimanya, así como las rutas que unen las dos principales ciudades kurdas entre si que están selladas, por ahora, a las milicias que secuestran y bombardean con terroristas suicidas el resto del país. Pero 80 kilómetros al sur de Suleimanya y pocos menos de Erbil se encuentra Kirkurk, autentica frontera entre la seguridad y el caos y puerta de entrada al cuarto oscuro en que Irak se ha convertido para los periodistas extranjeros. Kirkurk representa a la perfección el avispero iraquí. Ciudad mixta en la que conviven kurdos, árabes sunitas y chiítas y turcomanos, se ha convertido en localidad disputada cuya exclusividad se dirime a base de atentados, enfrentamientos armados y secuestros. Quienes la conocen bien saben que la carretera que une Kirkurk con Suleimanya desde el norte es relativamente segura. No así una vez se entra en la ciudad y especialmente cuando se llega al centro. La carretera que sale hacia al sur y la une con Bagdad es territorio absolutamente vedado. El riesgo de adentrarse en la ciudad es alto. Si bien las bombas y atentados suicidas son prácticamente aleatorios y no hay más seguridad frente a esto que no visitar el lugar donde pueden ocurrir, lo que mis acompañantes temen es el secuestro. En dos minutos, un grupo armado puede parar el coche, percatarse de que hay un extranjero dentro y ahí se acabaría la historia, especialmente para los iraquíes que le acompañen. Pero aun así, es necesario intentarlo. En cualquier situación, es necesario que alguien traspase las fronteras de la sensatez para mostrar lo que sucede más allá. Lo que sigue es el procedimiento para conseguirlo. Los pasos a dar son sensibles y requieren, ante todo, tiempo y los contactos adecuados. En mi caso, convencer a personas que conozco desde hace meses me ha llevado largas horas de conversaciones. Los periodistas pueden "empotrarse" en la fuerza militar extranjera que ocupa el país y moverse, con su autorización y el control consiguiente de todo aquello de lo que pueden ser testigos. Identificarse con un ejército no suele darle a un periodista la mejor garantía de neutralidad informativa, si es lo que busca, ni mucho de menos de seguridad, ya que las tropas son el principal objetivo de los ataques de las milicias. Otros informadores, especialmente norteamericanos, optan por contratar seguridad privada, guardaespaldas civiles fuertemente armados. Protección privada Hace un par de días, mientras tomaba te en la puerta de un consultorio médico en Erbil, uno de estos guardaespaldas privados me explico con todo detalle que moverse en sus jeeps blindados y rodeados de protección se ha convertido también en un imán que atrae a los terroristas y grupos de la resistencia, siempre ávidos de dar caza a cualquier occidental que se mueva por el país. Finalmente, tras conversaciones con activistas y periodistas locales y los consejos de quienes se dedican a proteger extranjeros, la opción mas sensata para adentrarse en la ciudad de Kirkurk, como ejemplo de uno de los lugares en los que un extranjero no debería pensar en visitar, es hacerlo en un coche particular, sentado en el asiento trasero, con ropa local y llamando la atención lo menos posible. Riesgo para mis acompañantes Atravesar el punto de control militar no es difícil. Los soldados piden la documentación y le recuerdan a mis acompañantes locales el riesgo de entrar con un extranjero en la ciudad. Ellos también tienen carnets de prensa y más allá de las lógicas recomendaciones los soldados no nos ponen mayor dificultad. En muchas de las esquinas hay sacos terreros y soldados que vigilan. En las sedes de edificios públicos, los mismos soldados y en muchos comercios y edificios que albergan la sede del periódico local, la televisión o cualquier partido político, alambradas, muros de cemento, y civiles con kalashnikov. Mis acompañantes van a repartir posters y una convocatoria a participar en una serie de actividades contra la violencia. No van firmadas por ningún partido y se limitan a representar un mapa de Irak con la leyenda "por un Irak sin violencia". Instrucciones: "no hables con nadie, si alguien se dirige a ti no contestes y déjanos hablar con nosotros, escóndete detrás de la cámara de video y no dejes de grabar." Dicho y hecho. Se para el coche, comienzan a colocar una pancarta en medio de la calle y un grupo de personas se acerca inmediatamente. No llegan a la media docena. Se entabla un debate y en menos de cinco minutos, dos Humvees del ejército iraquí se detienen a preguntar que sucede. Mientras mis acompañantes explican lo que están haciendo, los viandantes abren una discusión con los soldados y a pocos metros aparece un civil armado que mira y tiene un teléfono en la mano. Mientras me da tiempo a realizar un par de entrevistas a la gente que esta en la calle y a filmar a los soldados estudiando con detenimiento lo que esta escrito en los posters y panfletos, mis acompañantes se percatan de que el hombre armado continua hablando por teléfono y mirándonos. Ante la duda, subirse al coche y abandonar el lugar con rapidez. La misma operación en un par de ocasiones y finalmente nos dirigimos al local de un grupo de estudiantes, en el que puedo sentarme con mas calma, beber te, comer y terminar de grabar las entrevistas con las que representar la situación que se vive en Kirkurk. Han sido menos de 30 minutos en las calles antes de entrar en un lugar cerrado y de confianza. Contando con la ayuda de personas que conocen la ciudad. Ese es el límite, sensato, por llamarlo de alguna manera, con el que un extranjero puede trabajar en las calles de un lugar como Kirkurk.

lunes, 16 de abril de 2007

honrado ciudadano de occidente

La Buena Vida, un grupo luminoso de la escena pop española que no tiene nada que ver con Irak, al igual que Nacho Vegas, que no es tan luminoso, pero me llega igual de cerca, (o de dentro) canta “Podría ser que hoy fuera uno de esos días increíbles… dejarse ver y ser un honrado ciudadano de occidente, podría ser lo se, no es difícil darse cuenta de eso, quizás lo intentaré y me atrape o me arrastre la corriente”
Suicidios en Casablanca y en Argel. Islamistas ante la justicia en España. Policías y políticos que mienten y mienten para justificar una guerra. En Irak no había armas de destrucción masiva o química. Ahora las hay. Desde hace semanas, la insurgencia utiliza cloro para cargar los coches bomba. Al Quaeda no estaba presente en Irak. Ahora sí. Irak era un país laico. Ahora los radicalismos sunní y chií se han hecho dueños de la calle con prácticas del más salvaje matonismo. El honrado ciudadano de occidente tiene derecho a morir en un tren, el despreciado ciudadano de oriente no vale nada. Los iraquíes mueren a cientos y nos hemos acostumbrado a que sus vidas no nos importen. Los amos del mundo mienten sistemáticamente, primero para invadir, ahora para justificar que la invasión se alargue sin fecha de retirada y en el intermedio creando campos de concentración, secuestrando a sus anchas a lo largo de todo el planeta y contando con la colaboración de nuestros honrados gobiernos de occidente.
Continúa acelerándose la carrera hacia el caos global. Hamás se convierte en el enemigo a batir en Palestina. Los palestinos como pueblo por haber confiado en ellos. Hezbollah en Líbano, los terroristas, en definitiva, en cualquier esquina del mundo árabe. Y nosotros, honrados ciudadanos de occidente necesitamos protección. Nos meten miedo. Simplemente nos meten miedo. Poco más que eso. Y vamos cayendo, convencidos, en el miedo, aceptando su protección, su seguridad, que limita nuestra libertad. Bombas, atentados, locura suicida. Siempre como fin en sí mismo. Si causas, sin motivos, sin historias de vida. Sin generaciones de árabes que no ven futuro, sin agravios irreparables como el de Palestina. Sin fronteras diseñadas con tiralíneas, sin oscuras complicidades con los regímenes dictatoriales que han forzado a tantos millones de seres a odiar a los honrados ciudadanos de occidente. Sin petróleo. Aceptando que su sangre vale menos que la nuestra. Cómodos en nuestra excepcionalidad cultural, limitándolo a un pañuelo que cubre los cabellos y la maldad intrínseca que acarrea. Con una superioridad hiriente. Tres monos, el ciego, el sordo y el mudo. En eso se ha quedado el honrado ciudadano de occidente, en una representación del simio que se aísla de la realidad cuando no le conviene. Y que se lo cree. Alarma en el Magreb, Ceuta y Melilla, ciudades que se convierten en objetivo del mal. Un mal irracional e incomprensible. El mal absoluto. Leamos La Vanguardia y los reportajes sobre las familias de los suicidas de Casablanca. Quizás así comprendamos algo. No es necesario justificar. La muerte no tiene justificación en ningún caso. El contexto sí la tiene. Nosotros, los honrados ciudadanos de occidente hemos creado contextos que se parecen demasiado al infierno pero sin aceptar que las llamas queman sin marcar grandes diferencias.
Avión a Frankfurt. De Frankfurt a Amman. Cientos de miles de refugiados iraquíes. Cientos de miles de refugiados palestinos. Jordania no es más que un inmenso campo de refugiados. Pero un campo de refugiados donde sus jefes han decidido aliarse con el poder. No importa que en Jordania no haya democracia. A ellos no se les pide. No importa que no exista la libertad de expresión o de asociación, ellos no la necesitan. Los iraquíes la necesitaban. Por eso se les invadió. Ahora tocan visados y preguntas eternas.